¡WOW! ¿Recuerdas los estados mentales? Te hablaba al principio de ellos: Víctima, Avestruz y Guerrera: me atrevería a decirte que comienzas a parecerte mucho a la Guerrera, pero no quiero adelantarme. Continuemos.
Y tú dirás: “Vale, de acuerdo. Ya sé qué siento, puedo identificarlo porque he ampliado mi abanico emocional, también me conozco más y mejor, puedo reconocer e interpretar cómo está mi cuerpo y dónde habitan mis emociones en él… pero ¿qué hago con todo esto?”
Después de conocer, reconocer, sentir y percibir tus emociones y sensaciones corporales, vas a dar un paso más: acoger y entender. Este no es un trabajo sencillo, pero es absolutamente beneficioso y tranquilizador.
Para acoger y entender tus emociones y sensaciones corporales, vas a trabajar con un concepto excesivamente desvirtuado: (AUTO)-COMPASIÓN. Y digo desvirtuado porque al leer la palabra, posiblemente hayas pensado en algo así como pena, lástima, excusas, debilidad … NO.
La (auto)-compasión no es esto, pero se ha mal-usado a lo largo del tiempo y se ha debilitado su significado.
Te cuento brevemente:
La palabra Compasión viene del latín y significa “Sufrir de manera conjunta”. Es una actitud y comportamiento que se dirige a eliminar el sufrimiento y producir bienestar en quien sufre. Dicho esto, para entendernos y como te decía antes, es acoger y entender el sufrimiento para disminuirlo y aumentar el bienestar. Esto ayuda a desarrollar nuestra resiliencia emocional, la capacidad de adaptación a las experiencias que vivimos.
En este caso, quiero empezar por la AUTOCOMPASIÓN, que es exactamente lo mismo, pero contigo. De ti para ti. Tú misma y tú. Acogiendo y entendiendo tu sufrimiento para aumentar tu bienestar. Del resto nos ocuparemos un poco más adelante. Recuerda: la cámara mirando para ti. Desde ti hacia afuera, y no al contrario. Esto no es egoísta, es necesario.
Utilizar la autocompasión es atender al sufrimiento que ahora mismo puedes estar sintiendo, sin juicios, sin críticas; con bondad y amabilidad; Como cuando un bebé llora y sencillamente le abrazas.
Y tú, ¿te has abrazado alguna vez? Puede sonar absurdo al principio, pero si consolamos a nuestro entorno con abrazos, ¿por qué no usarlo contigo misma? Esto se llama responsabilidad afectiva: afecto para quien te rodea y, sobre todo, para ti.
Lo que te propongo en el siguiente ejercicio es “sencillamente” que te abraces. Y lo pongo entre comillas porque puede resultar difícil, complejo y raro al principio, pero créeme una vez lo haces unas cuantas veces, le coges gustillo.
ABRÁZATE
Abrazarte es una manera sencilla de calmar y dar consuelo cuando te sientes mal. Sí, puede resultar raro, pero tu cuerpo reacciona ante ese abrazo como aquel bebé que llora.
La piel es un órgano increíblemente sensible, su estimulación (contacto físico) libera oxitocina, percibimos mayor seguridad, disminuye la intensidad de emociones negativas (entre otras muchas cosas). Con la cantidad de beneficios y lo poco que lo hacemos, ¿verdad?
En esta situación que estás viviendo, con todas tus experiencias diarias y todas las emociones que se están generando, te invito a que te abraces.
Ya has identificado tus emociones, no todas son positivas. Puedes sentir tensión, preocupación, tristeza, miedo, culpa… En ese momento de escáner emocional corporal, incluye un abrazo reconfortante, toca tus brazos con ternura, con amabilidad. Ese gesto que para ti significa amor y atención.
Sí, entiendo que si estás rodeada de gente puede resultar más complicado.
En este aspecto tienes dos opciones:
- recomendar que esa/s persona/s también se abrace/n (esto sería maravilloso).
- Puedes realizar un gesto más suave, adaptarlo de aquella forma que sientas esa ternura, incluso imaginar que te abrazas. Siente esa sensación.
Observa y escribe, ¿cómo sientes tu cuerpo después de recibir el abrazo?
Puedes darte varios abrazos al día, siempre que quieras y puedas.
Ojalá lo incluyas como hábito en esta etapa que tanto te necesitas.
0 comentarios